Las virttudes inventan historias
24.8.09
Estabas ahí, recuerdo haberte visto. Tú tan bella. No necesitabas más, sólo tu sonrisa me interesaba. Noté que estabas acompañada. Así que decidí esperar, me senté en un auto y encendí un cigarrillo. Y tú, parecías tan natural en lo tuyo. Miré el reloj, ya era medio dia y yo aún seguía sintiéndome un santo. Pasaron los minutos, encendí otro cigarrillo. Miraba aquí y allá, sólo para entretenerme. Ya me impacientaba, cuando por fin tus acompañantes se marcharon. Me paré y caminé hacia a ti. Me puse de frente, te miré a los ojos. Fuimos a mi casa, pasaste a la sala. Tu cara de asombro me era familiar y no sabía por qué. Me preguntaste qué celebrábamos y creo que dije que era por mi cumpleaños o no sé qué. Con esto trataba de decirte lo mucho que importabas y no lo entendiste en el momento. Sólo pusiste esa canción que tú sabes que tanto odio, mientras yo, nos servía unos tragos. Comenzaste a bailar y aquello era nuestro pequeño paraíso.Me senté en el sillón a verte, sólo a verte. Qué mas podía querer, tu sonrisa era todo lo que quería. Además me gustaba cómo contoneabas tu cuerpo y lo frotabas contra el mío. Olías tan bien. Qué tiernamente comencé a besar tus manos. No podía dejar de ver tu sonrisa, simplemente era perfecta. Y tus pies tan finos y tan tersos. Sólo me quedaba una pregunta en el aire. ¿Por qué tu destino te había llevado a semejante situación? Quería acribillar y crucificar al imbécil que te había hecho esto. Pero por otro lado sin ese imbécil jamás te hubiera conocido, así que de momento estábamos a mano.Decidí detenerte. — Por favor escúchame, te dije. —quiero que seas mía. —— Ya soy tuya — me contestaste. Mientras me besabas el cuello.— No entiendes, yo quiero que sea para siempre, —contesté. Te abracé y te dije al oído suavemente. —¿Quieres casarte conmigo? Shhh, no digas nada aún —Junté nuestras manos, y las puse en mi pecho. Nos miramos a los ojos. —Nunca soñé con conocer alguien como tú, pero quiero soñar que puedo estar contigo. —Saqué de mi bolsillo una cajita y te mostré el anillo. Y el silencio invadió la escena. De pronto retiraste tu mirada de mis ojos y con voz resquebrajada dijiste: —no, no puedo—En ese momento me hiciste sentir abandonado.— Pero es que no entiendes, —comencé a llorar y me arrodillé frente a ti. —Cada noche que estás conmigo es diferente. Y ya no soportaría más verte con otro. Por favor, te puedo dar todo. ¡TODO! ¡Pero escúchame, te amo! — Tu silencio me mantenía en ruta a la agonía. Esa desdicha de tenerte tan cerca y no poder mantenerte. Sólo continuaste callada, misteriosa en tus pensamientos.Finalmente me volteé y te dije: —por favor márchate, ya no quiero verte.La derrota se marcaba en mi frente, percibía tu rechazo en la mirada. ¿Qué pasaba contigo? No lo entendía. ¿Qué había hecho mal? Si yo veía en ti toda esa felicidad que nunca había tenido. Y de pronto una brillante idea macabra me llegó a la cabeza. —¡Estabas enamorada de otro!— Por eso me tratabas como si yo fuera otro más. Los celos comenzaron a vaciar ideas en mi interior. La ira se apoderaba de mis sentidos, daba vueltas y me repetía: —¡venganza! — Ya mi paciencia se había agotado, el límite de esta infamia había colapsado. Me paré y corrí a la cocina. Tomé el cuchillo más grande que tenía. Esa noche parecía ser tan especial, pero me encargaría de convertirla en tu descenso al infierno. Pues si no ibas a ser mía, nunca volverías a ser de alguien más. Y ninguna puta se iba a burlar de mí.Escondí el cuchillo detrás de mi espalda empuñándolo con fuerza. Volví contigo, estabas terminando de vestirte. Me acerqué y te miré de nuevo a los ojos. Y te dije: —quiero pedirte perdón, por gritarte y por ser tan grosero al haberte pedido matrimonio tan repentinamente, no sé qué estaba pensando—. Te sonreí y no entiendo por qué continuaste callada, tus ojos lagrimaban y tu sonrisa había desaparecido. Me mirabas como un leproso pidiendo limosna. Te volviste y me dijiste adiós. —¡A dónde vas!— Te grité, me lancé sobre ti y comencé a encajarte el cuchillo brutalmente, cada vez lo enterraba más y más sobre tu espalda, quería seguir hasta matarte, hasta lograr descargar toda esta ira que me quemaba. Tus gritos por fin sonaban a gloria, y yo sentía que con cada cuchillada te hacía mía. Después de unos minutos te callaste. Yo también me detuve. Tomé algo de aliento y miré a mí alrededor, la escena era espantosa. El rojo se olía por todas partes. Corrí al teléfono, pero no quise llamar. Sentía miedo. El pánico se apoderaba de mí con cada segundo que pasaba. Me quise sentar a pensar, busqué en mi bolsillo los cigarros y no los encontré. Fui a la sala a buscarlos y los vi en el suelo, parecía que flotaban en la sangre. Esperaba que no se hubieran mojado, pero no, todos estaban ya rojos. Saqué uno y lo puse en mi boca, saboreando así el amargo sabor de la sangre. Aquello era una pesadilla.Finalmente, después de unos minutos tomé una decisión y una pala. Fui por tu cuerpo moribundo y lo cargué hasta el patio. Comencé a cavar tan desesperadamente que no me fijé donde lo estaba haciendo. Después de una hora, de pronto la pala chocó con algo. —¡O diablos! —pensé, había desenterrado el cadáver de la otra puta. Ese cuerpo putrefacto parecía saludarme. —Qué mas da —pensé, quizás era algo poético enterrar dos putas con la misma pala y en el mismo hoyo. Para cuando amanecía ya estaba terminando de taparlo. Aunque esa noche terminó en tragedia, aún me queda el recuerdo tu sonrisa. Y que más da, ahora estoy sentado en el mismo auto. Esperando a que llegues aquí sólo a mí, mi mujer, mi.....05.19.24.08.09.
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